Quizá cada día sea más consciente de las cosas, o más sensible, o llamadlo como queráis, pero hay veces en que no puedo contenerme. Y aunque cada vez me pasa más a menudo e intento acostumbrarme a ello, hay situaciones que me sobrepasan.
No puedo contenerme cuando escucho un rumor creciente en mi calle, me asomo al balcón y veo que algo grande se está gestando; veo a un grupo de chavales de veinte años arremolinándose en mi portal a las diez de la noche, oigo como el volumen aumenta progresivamente, de diez chavales pasan a quince, de quince pasan a veinte y de vente a treinta. No los conté, pero juraría que si la situación hubiese durado media hora más la cuadrilla habría rebasado el centenar holgadamente.
Y se me encoge el corazón al recordar cómo de repente, y al unísono, todos guardan silencio y en un instante concreto todos estallan en vítores, abrazos y aplausos hacia su amigo, ese amigo que comienza el tratamiento de quimioterapia el martes próximo, ese al que la vida le ha jugado la peor de las jugadas posibles, ese chico lleno de vida que sólo merece ser feliz, ese chaval que sólo intenta disfrutar de la vida, estar con los suyos y hacer feliz a los demás, porque siendo sinceros, a su edad no debe preocuparse de nada más. Porque eso es lo que, al fin y al cabo, importa en la vida.
No voy a intentar disimular mis sentimientos, no voy a decir que no he llorado porque lo he hecho mientras escribía estas líneas, ni que no lo siento, porque los fantasmas del pasado a veces son imposibles de eliminar, y me duele en el alma que este tipo de cosas se repitan. Pero tratando de ser positivos, es mi obligación pensar que a cada día que pasa la situación mejora. Que mejor hoy que ayer, y mejor mañana que hoy. Que aunque hoy parezca que no hay solución, mañana cuando todo haya pasado, todos miraremos atrás y sonreiremos. Que cuando te quieras dar cuenta estarás disfrutando de la vida como te mereces, bebiendo una buena copa de vino con tu novia y brindando por ello, disfrutando de la vida con esa camiseta rojiblanca y el escudo de tu pueblo bordado al pecho como tanto deseas, ganando títulos si eso es lo que quieres, levantando copas y siendo feliz. Porque eso es lo que te mereces. Y siendo consciente de que en esos días en los que lo único que necesitabas para seguir adelante eran tus seres queridos, su amor y su apoyo, ellos estuvieron allí. Que nunca echaste nada en falta porque nunca nadie lo permitió y que todos hicieron fuerza para que lo superases.
Porque tú, Iván, vas a poder con ello. Porque no es justo que este tipo de cosas le pasen a gente como tú. Porque entre todos, y creo estar seguro de lo que digo, acabaremos con ello. Y porque, como ya he dicho en alguna otra ocasión citando a un grande, "la vida puede ser maravillosa", y no lo está siendo. Así que sólo es cuestión de tiempo que lo sea.
Ánimo y mucha fuerza, amigo.
Y tú, ¿has sonreído hoy?