¿Por qué nos empeñamos (o me empeño debería decir, por aquello de no generalizar) en cometer los mismos errores una y otra vez?
He pensado mucho en ello y creo que es una pregunta sin respuesta o, al menos desde mi punto de vista, sin una respuesta clara. Hay personas que parecen tocados por una varita de esas que a algunos les gusta calificar como mágicas, y a cuyas virtudes me voy a tomar la libertad de poner la etiqueta de mucho más que discutibles, siendo generoso en mi valoración. La cuestión es que de vez en cuando la piedra con la que ya tropezamos tiempo atrás vuelve a aparecer en el camino y se planta ante nuestros pies como por imposición divina, no importa lo lejos que te hayas encargado de lanzarla en el pasado, ahí está otra vez la maldita con ganas de tirarte de nuevo al suelo. ¿Y entonces qué? Pues aunque con algunas lo tenga muy claro, con según que piedras no lo sé, la verdad.
Son las de este último grupo las que me preocupan, esas que crean incertidumbre con su presencia ante tus pies, esas que hace años lanzaste lejos una noche en el mar haciéndolas rebotar satisfecho varias veces sobre la superficie del agua, parecía que de allí nunca iban a salir y de repente una noche cualquiera (como anoche, sin ir más lejos) te rebotan de nuevo y te golpean en toda la cabeza sin verlas venir y casi sin tiempo para reaccionar. Quizá Poseidón pensó que pretendía abollarle el tridente de un pedrazo y me la devolvió... No era esa mi intención, lo juro.
En fin, que aquí estoy yo con mi piedra. Y la verdad es que estoy empezando a cogerle cariño; me recuerda, si se me permite el símil, a esos perrillos que aparecen de vez en cuando en el telediario volviendo a casa con los mismos dueños que hace meses los abandonaron a cientos de kilómetros, ajenos a la ruin voluntad de sus dueños al dejarlos abandonados y sin un ápice de rencor en su interior. En esos casos no queda otra que acogerlos con los brazos abiertos y quererlos, ¿no?
La cuestión es que ya he acabado con algún chichón importante más de una vez en el pasado, provocado precisamente por esta misma piedra, y no me fío un pelo de no necesitar de nuevo un buen casco, así que en lugar de lanzarla al fondo del Mar Mediterráneo de nuevo quizá debería probar a hacerme un bonito collar con ella.
No lo tengo aún del todo claro, así que lo consultaré esta noche con la almohada aprovechando la claridad que nos brinda hoy, como siempre, la luz de la Luna Llena.
Y tú, ¿has sonreído hoy?
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