lunes, 2 de enero de 2012

2012

No es fácil expresar las cosas como quiero hacerlo hoy, a ver si soy capaz.

Acaba de terminar 2011, un año (como bien pude vislumbrar hace ahora ya doce meses) sin fuste alguno para mí y con muy pocos alicientes a priori. Un año en el que sinceramente, si repaso mentalmente los acontecimientos de mi vida que en él sucedieron, creo que no sería capaz de calificar claramente ninguno como bueno, más bien todo lo contrario. Y todo esto después de 2010, un año en el que disfruté de la vida de una forma que nunca imaginé que podría llegar a hacerlo. De hecho los mejores recuerdos que conservo de este año que acaba de irse son prácticamente todos de sus últimos meses y, curiosamente, casi todos de la mano de esa persona que se encargó de hacer de 2010 un año inolvidable. Por algo será, imagino.

No es un disparate pensar que quien te importa sea quien debe hacerte feliz, aunque por desgracia no siempre sea eso lo que sucede. Y por eso mismo yo lo soy. Soy feliz porque me siento querido por las personas que de verdad me importan, porque, aunque parezca una estupidez, una partida improvisada de dominó para dos personas puede llegar a hacerme inmensamente feliz, porque soy consciente de lo que tengo en mi vida y lo valoro, pero por encima de todo porque, aunque con alguna ausencia más que significativa, las cosas como son, he despedido lo que para mí no ha sido un buen año al lado de esas personas que me hacen serlo.

Si he de ser sincero, me cuesta recordar el momento de la entrada del año pasado y, para más inri, todo lo que me viene a la cabeza no son precisamente recuerdos gratos. Sinceramente no creo que eso me vaya a suceder nunca con esta entrada de año, y no lo digo por las canciones repetitivas que te emborrachan o los licores de chorizo precisamente, que también podría, si no por la forma en cómo se fue un mal año y cómo empezó el nuevo, porque las conversaciones gratas a media tarde siempre son gratas, porque la primera felicitación y el primer beso del año fueron los que fueron, porque el primer abrazo y el primer brindis también lo fueron y porque algo me dice que este año, no sé por qué, no va a ser un año más en mi vida.

No sé qué sorpresas me esperan a lo largo de estos nuevos doce meses, pero yo personalmente me voy a encargar de descubrirlo a partir de ahora mismo.




Y tú, ¿has sonreído hoy?

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