Es un privilegio contar con personas que tienen la capacidad de hacerte feliz. Aunque vivan lejos, aunque las veas poco y siempre sea en encuentros fugaces, al final siempre queda ese buen sabor de boca después de encontrarte con ellas y compartir unas horas juntos. Después repasas mentalmente los momentos vividos, las conversaciones, algún comentario o ese gesto tan natural y cariñoso que sólo sale sin pensarlo con la gente a la que de verdad quieres. Y en ese momento sonríes. Y es ahí cuando te das cuenta de que eres feliz. De que lo que de verdad importa son esas cosas, y que eres afortunado por tenerlas. De que ser ingeniero, pastelero o sexador de pollos no importa lo más mínimo si puedes compartir una cerveza o una horchata con quien de verdad quieres hacerlo. De que, al fin y al cabo, la vida sólo es una y encima es corta, y está para disfrutarla sólo con quien esté dispuesto a disfrutarla contigo.
No le demos vueltas. Disfrutemos y hagamos disfrutar al resto, que es de lo único que va todo esto. Yo ya estoy contando los días que quedan para vernos de nuevo y almorzar como se merece, porque algo me dice que, nuevamente, será un día inolvidable.
Y tú, ¿has sonreído hoy?