A veces no sé si calificarlo de locura, insensatez, despreocupación, irresponsabilidad... Llamadlo como queráis, pero a todos se nos da esta situación en uno u otro momento de nuestras vidas, y a ver quién es el guapo que se atreve a decir lo contrario.
A mí me tocó el turno este fin de semana. Y no me refiero a la embriaguez típica de un Sábado alocado (que no fue tal, si no excesiva), si no al hecho de encapricharme, insistir, persistir y conseguir mi objetivo. Así fue porque me apetecía (los borrachos y los niños nunca mienten) y porque tenía motivos para ello, antiguos, fundados, latentes y reavivados. Lo cierto es que lo disfruté, pero me prometí a mi mismo disfrutarlo más la próxima vez, porque hay cosas que se pueden disfrutar mucho, y esta es una de ellas. Me apetecía enormemente, luché por ello sin mucha capacidad de raciocinio y salí exitoso, pero me queda ese sabor agridulce de un buen resultado atenuado por una mala actuación (que lo fue), el sentimiento de poder haberlo hecho mucho mejor, y el resquemor típico y obligado en estos casos... ¿Y ahora qué? Sé que no es lo que debo hacer (o tal vez sí), ni lo correcto en estos casos, pero me apetece mucho hacer una llamada perdida, enviar un mensaje o simplemente transmitirle a esa persona que pienso en lo que pasó y que lo recuerdo con una gran sonrisa en la cara, y con los ojos radiantes, feliz. Fué una locura, pero lo repetiría sin dudarlo ahora mismo, una y otra vez...
Bendita locura...
Y tú, ¿has sonreído hoy?